
El café, este producto tan cotidiano y usual que es hoy en día, antes del siglo XVII apenas era conocido por los europeos, a no ser que hubieran viajado fuera del continente.
El café parece ser que procede de la región de Kafia, Etiopía. Sea cierto o no, se dice que fue un monje el primero que lo tomó al ver cómo una cabras que pastaban en un cafetal saltaban vigorosas.
En Inglaterra fue introducida la bebida del café por el obispo ortodoxo de Esmirna en una estancia que hizo en Oxford. Y también fue en esta ciudad inglesa donde se abrió el primer café comercial en 1650.
Pronto cogió tanta fama entre los estudiantes de que era una ayuda para el insomnio en las largas noches de estudio que Inglaterra se convirtió en el país más consumidor de esta exótica bebida a finales del XVII en Occidente.
A principios del XVIII ya había en toda Inglaterra más de tres mil cafés y lo más importante de estos “centros del café”: el tomar el café era una excusa para entablar tertulias, leer… al ejemplo de las antiguas termas romanas, donde los romanos aprovechando los baños aprovechaban para relacionarse, leer, escribir…
Es decir, que estos cafés fueron los precursores de los que podemos llamar hoy en día “clubs”.
Los primeros cafés eran lugares sencillos, donde se servía la bebida, ya fuera el café o el té, en fuentes, no en vasos. Allí podían leer gratuitamente los periódicos y con el paso del tiempo las personas se reunían en cafés determinados atendiendo a una misma ideología, tendencia política, afinidades de ocio… Dependiendo, pues, de lo que buscabas, ya sabías a qué café ir para estar entre gente afín.
Como anécdota, comentar que muchos hombres de negocios frecuentaban el Lloyd´s Coffee House. No sé si les suena este nombre, pero este establecimiento que sólo vendía café se convirtió en uno de los bancos más importantes del mundo y en la agencia de seguros más importantes.
Si bien en Inglaterra el café triunfó rápidamente, no fue así en Francia, donde el Colegio de Médicos lo desaconsejaba y lo consideraba pernicioso. Los franceses recelaban. No conocían a ningún inglés que hubiera muerto por tomarlo.
Y el que contribuyó a popularizarlo en Francia fue el filósofo francés Voltaire, que exiliado en Inglaterra se aficionó a él de tal manera que cuando regresó a Francia y escuchaba las críticas de aquellos que consideraban el café como “veneno”, comentó que debía ser un veneno muy lento, “porque llevaba más de cincuenta años tomándolo y todavía estaba vivo”.
Y bien, acabo estás líneas saboreando una deliciosa taza de café, de este “veneno tan lento”…
Fuente: “Cocina y civilización “ de Carson I. A. Ritchie. Alianza Editorial
Imágen: JcOlivera
14. Febrero 2010 en 5:44 pm
pues aquí una a la que este “veneno” debe de estar matando pero muy poquito a poco